La ciencia de la felicidad: ¿Informamos o desinformamos?

La ciencia de la felicidad es un movimiento convergente que reúne distintas disciplinas científicas en torno a un objetivo común: comprender mejor las bases de la felicidad humana y facilitar vías para mejorarla. Dentro de este movimiento destaca la Psicología Positiva, pero no hay que olvidar a los economistas y sociólogos que han aportado también mucho conocimiento y empuje al mismo (a destacar por ejemplo el trabajo de Ruut Veenhoven -sociólogo-, o Richard Layard y Mariano Rojas -economistas-).

La ciencia del bienestar ha tenido siempre en su agenda el ser útil para la sociedad. Obviamente el primer objetivo es científico, es decir, investigar y tratar de comprender el objeto investigado como un fin en sí mismo. Pero en un tema tan importante para la sociedad como es el bienestar personal, la felicidad, es inevitable que la dimensión divulgativa tome también cierto protagonismo.

La relevancia social del tema es incuestionable, como lo es también la necesidad existente en la sociedad de comprender mejor los procesos internos y externos que pueden nutrir o, por el contrario, ahuyentar el bienestar. Tras unos años de intensa actividad, tanto en el plano científico como divulgativo, es buen momento para echar una mirada atrás, no tanto para evaluar lo que se ha conseguido -algo muy difícil de juzgar- sino, sobre todo, para recopilar algo de lo aprendido.

Me gustaría centrarme en un aspecto en particular: ¿Cómo se debe comunicar eficazmente la investigación sobre la felicidad? ¿Se puede generar un efecto negativo o inesperado? Y si es así, ¿cómo prevenirlo? El listado que aparece a continuación muestra una selección de conclusiones derivadas de vivir este proceso de divulgación como espectador y también en primera persona. Tenerlos en cuenta puede servir para que la tarea divulgativa sea más eficaz y consiga su objetivo, que no es otro que dar información útil, y además hacerlo con precisión, evitando generar malentendidos.

Las premisas que, en mi opinión, deberían estar presentes a la hora de divulgar hallazgos científicos relacionados con la felicidad son las siguientes:

  1. Definamos la felicidad. Hablar de la felicidad sin definirla previamente puede llevar a confusión. Muchas personas creen que la felicidad es un estado anímico momentáneo, que puede ser positivo o negativo en función de las circunstancias. La felicidad son momentos, se suele decir. Por el contrario, para la mayoría de las personas, y también para los académicos, la felicidad es un estado relativamente estable de satisfacción con la propia vida (sin entrar en detalles). Si no aclaramos a qué nos referimos con el término clave, difícilmente se entenderá adecuadamente el resto del mensaje a transmitir.
  2. La felicidad es compleja. La felicidad es algo que se puede medir y, por tanto, se puede investigar. Pero hay que ser fieles a la realidad: es un campo muy complejo. Porque la felicidad de una persona depende de muchos factores, y además el peso de los factores puede variar de persona a persona. Por tanto, si alguien transmite la idea de que es un tema sencillo, o que ya sabemos todo sobre ello, o está vendiendo humo o sencillamente se equivoca. Y no sólo eso, sino que transmite una idea engañosa. Por ejemplo, si hablamos de un estudio sobre la importancia del agradecimiento para la felicidad, pero no especificamos que ése es tan solo un factor más entre muchos, puede generarse la falsa ilusión de que sólo con agradecer cosas, podrá ser feliz fácilmente. Advertir que la felicidad es compleja y multicausal puede ayudar a contextualizar mejor los resultados de investigación.
  3. La felicidad no sólo depende de uno mismo. Aunque puede resultar muy motivador destacar lo contrario, lo cierto es que las circunstancias que rodean a una persona pueden condicionar su felicidad. Lo que ocurre es que algunas realidades nos llevan a pensar lo contrario. Vemos que hay personas en condiciones de pobreza en países africanos y que aun así son felices. O a personas en nuestro contexto cercano que son felices tanto en situaciones de estabilidad como ante situaciones de adversidad. Y podemos llegar a la conclusión de que lo único relevante para explicar la felicidad son los factores internos. Estos casos tan extremos se pueden llegar a explicar (aunque eso es tema para otro post), pero no responden a la generalidad. Las circunstancias, los problemas, las contrariedades, influyen. Y más, cuando esos condicionantes son bruscos e irrumpen en la vida del individuo sin previo aviso. En esos casos, lo normal es que limiten la felicidad del individuo. Por ejemplo, sabemos que la dificultad para encontrar un empleo, la acumulación de estrés fruto de muchas pequeñas adversidades o incluso el tiempo excesivo a la hora de llegar al trabajo influyen negativamente en la felicidad de las personas. Es verdad que la misma situación puede afectar a unas personas más que a otras. Tampoco se puede negar que una actitud constructiva puede suavizar una situación de adversidad. Pero incluso en esos casos las dificultades influyen, y a veces, influyen mucho.
  4. Ser feliz no es fácil. En realidad, la confusión sobre que ser feliz es fácil se deriva de lo anterior. Si damos por bueno que conocemos todo sobre la felicidad y que depende uno mismo, no debería ser muy complicado llegar a serlo. En primer lugar, habría que aclarar una confusión frecuente: no es lo mismo ser un poco más feliz que ser plenamente feliz. Suena parecido pero las diferencias son notables. Ser plenamente feliz no sólo no es fácil, sino que puede ser altamente improbable para el subgrupo de personas con mayores desventajas de partida (por ejemplo, genéticas). Sin embargo, puede resultar accesible aumentar moderadamente los niveles de felicidad de una persona a través de ciertos ejercicios o con cierto entrenamiento. Pero aumentar la felicidad de una persona de forma marcada -digamos pasar de un 6 a un 8, sobre una escala de 10- es complicado, incluso con el apoyo psicológico de un experto.
  5. Ser infeliz es algo normal. Creo que es importante normalizar que muchas personas pueden atravesar etapas en las que no son felices. Creer lo contrario añade una dificultad más a la propia experiencia de insatisfacción o frustración. Las razones son múltiples y, de hecho, lograr una felicidad más intensa y duradera implica en ocasiones invertir esfuerzos y asumir sacrificios que llevan a la persona a ser infeliz durante un tiempo. Dependiendo de la persona y de la situación, la infelicidad puede ser inevitable, como en el proceso de afrontar una enfermedad grave o al estudiar una oposición. Pero en otros casos la infelicidad puede ser fruto de un mal enfoque vital o de un problema psicológico, y abordar el problema puede ser de esencial para esa persona, y por qué no decirlo, para todos los de su alrededor. En todo caso, ser plenamente feliz toda la vida no debería ser la medida del éxito personal. Dejando al margen los casos más particulares, podríamos decir que aspirar a un nivel de felicidad medio-alto, con algunas épocas mejores y otras con cierto nivel de infelicidad, es un objetivo probablemente más realista.
  6. La felicidad no es el único valor. La felicidad es un valor muy relevante para la mayoría de las personas, sobre eso hay mucha evidencia; pero eso no quiere decir que sea el único valor o el valor prioritario para todas las personas en todas las situaciones. Son muchos los valores que una persona puede adoptar: la justicia, el buen trato, el ecologismo, la honestidad, la amistad, el trabajo bien hecho, la familia,…etc. Entre estas motivaciones, evidentemente puede aparecer el deseo de felicidad propia y de felicidad para las personas queridas. Pero en ciertos casos, las situaciones pueden abocar a la persona a sacrificar un valor -la felicidad propia- para proteger otro-la justicia-, lo cual puede suceder en función de la jerarquía de valores de la persona. No creo que tenga sentido negar que la felicidad es una motivación básica del ser humano. Igual que no tiene sentido negar la tendencia a la afiliación. Pero todo queda más claro si se reconoce que la felicidad no tiene por qué ser la prima inter pares, es decir, no tiene por qué ser el valor supremo. En este sentido, mi recomendación aquí sería dejar siempre claro que depende de cada persona en qué punto de la jerarquía sitúa su felicidad.
  7. La ciencia de la felicidad no tiene la verdad. La ciencia es un método, un gran método, pero no es perfecto. Y no aporta verdades absolutas, sino relativas. Nos permite comprender la realidad y construir un mapa que nos permite predecir y explicar los sucesos. La ciencia nos acerca progresivamente a versiones cada vez más refinadas de ese mapa. Pero es un mapa siempre sometido a revisión. Esto implica que hablar desde la seguridad absoluta, sobre la felicidad o sobre cualquier campo, es algo incompatible con las premisas propias de un marco científico. Por eso, la prudencia debe marcar cualquier comunicación sobre la felicidad, y muy especialmente cuando hablamos de teorías. La ciencia es probablemente la fuente más fiable de conocimiento, pero no es la única fuente, ni por desgracia tiene todas las respuestas. En un campo complejo como el de la felicidad no hay nunca que dejar de enfatizar que lo que a uno le puede funcionar no tiene por qué ser generalizable. Por ejemplo, sabemos que ciertas estrategias son útiles para optimistas pero no para pesimistas, o que algunas estrategias útiles para personas sin depresión como el recuerdo libre autobiográfico positivo, puede ser contraproducente para las personas con un estado de ánimo bajo. Tampoco hay que olvidar que las investigaciones se centran la gran mayoría de las veces en las tendencias generales, ocultando inadvertidamente los casos particulares. Cuando se observa que un factor como el optimismo o la extraversión aparecen asociados a mayores niveles de felicidad, hay que explicar que nos referimos a tendencias generales, lo cual no excluye que una persona pesimista o introvertida pueda ser altamente feliz. Simplemente nos dice que es estadísticamente menos probable que eso ocurra. Por último, los estudios que observan asociaciones entre variables, por ejemplo entre tener pareja y tener mayor felicidad, deben ser tomados con cautela. Es posible que la correlación observada puede ser debida a la hipótesis de partida, que tener pareja nos da más felicidad. Pero no se pueden descartar otras interpretaciones, como por ejemplo, que las personas más felices se emparejan más fácilmente, o incluso una explicación basada en un tercer factor diferente como que las personas más estables emocionalmente tiendan a la vez a emparejarse y también que fruto de esa estabilidad emocional sean más felices. En resumen, la prudencia en divulgación científica es siempre importante, pero en un campo como la felicidad, es una obligación.

Divulgar sobre felicidad no es fácil sino más bien todo lo contrario. Es una tarea delicada y comprometida. No debemos olvidar que es un tema muy importante para la mayoría de las personas, y hablando de divulgación eso tiene dos caras: podemos generar un gran bien y podemos generar un gran problema. Hagamos un gran bien.

Gonzalo Hervás Torres
Profesor de Psicología de la UCM
Presidente de la Sociedad Española de Psicología Positiva